martes, 22 de junio de 2010

Palabras, palabras...

El léxico utilizado por el autor en las novelas de El galante aventurero es esmerado aunque puntualmente aparecen, con clara voluntad expresiva, formulaciones o palabras de orden coloquial -“yo trataré de dársela con queso” (29, 3, V), “cuando los hayamos desparruchado, vestiremos sus turbantes” (99, 9, V). “Sabe que no soy un zopenco robanovias” (44, X) “aprovechando que estuviera “haciendo la rosca”a las doncellas” (20, XIII) junto a palabras que sin duda corresponderían un registro culto. La voluntad de darle a la obra un barniz elegante es innegable aunque ello no lleva a una expresión ridícula sino una curiosa mezcla de registros. Es habitual el gusto por frases altisonantes, sonoras, casi declaraciones de principios. “Liberar princesas, que toda mujer lo es, constituye un pasatiempo muy delicioso”(87, IX), “Asa carne, escudero, y no mastiques risotadas”(89, IX), “Un marino, tarde o temprano comete fechorías”(39, X), “Prefiero mandar en turbulentos piratas que hacer entrar en razón a una mujer”(30, XIII) o “El camino de la aventura es bello y sombrío”(123, XIII).
Cuando es oportuno y pertinente el autor el autor maneja con habilidad los tecnicismos de cualquier disciplina, especialmente del mundo marinero, un léxico que conocía en profundidad después de años escribiendo El pirata negro; de todos modos, otros ámbitos como puede ser el de la esgrima, también son manejados con sólido conocimiento y precisión.
El dominio de diversos registros léxicos, la capacidad para desarrollar una escritura que se muestre válida para el canal de la novela popular al tiempo que se ofrezca cuidada y esmerada, la habilidad para incorporar diálogos y narraciones en un acción trepidante que se complica y resuelve a velocidad de vértigo son algunas de las virtudes que convierten esta obra de Debrigode en una de las elaboradas e interesantes dentro del panorama de la narrativa popular española.

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